En casa, cuando era adolescente, añoraba mucho el estar sola. Mi madre no trabajaba y eso significaba que siempre estaba en casa. SIEMPRE. Con sus cosas buenas (estaba al tanto de todo, siempre nos podía prestar atención y apoyo...) y sus cosas malas (como la falta de intimidad y soledad).
Yo me acostumbré pronto a cerrar la puerta de mi habitación, para gozar de esos momentos de soledad, con mi música, o en silencio... pero sola... conmigo misma... pensando como a mí me gusta: en voz alta.
Cuando me fui de casa, pasé a vivir con mi pareja, en un piso de 40 metros cuadrados, donde encontrar la soledad resultaba complicado. El único lugar con puerta era el baño, y encerrarse allí para estar a solas... me parecía absurdo. Por suerte encontraba mis pequeños momentos... cuando llegaba a casa por la tarde y mi marido aún estaba en su trabajo. Entonces disfrutaba de mi soledad, haciendo mil cosas, o sin hacer nada, pero todo en compañía de mí misma.
Luego nos cambiamos de piso, a otro más grande... y con puertas!!! El tener habitaciones nos permitía usar distintos espacios, y encontrarnos solos aunque el otro estuviera en casa.
Semejante placer duró poco. Aproximadamente un año y medio después de la mudanza, llegó mi peque a nuestras vidas. Al principio no quería estar sola. Sólo quería estar con él: hablándole, mirándole.... y si... vigilándole! Recuerdo que le llevaba en su hamaquita allí donde yo estuviera.
Al poco tiempo me incorporé al trabajo y el pequeño a la guardería. Y caí en el bucle: trabajo - niño - dormir. No había espacio para la soledad... y empecé a añorarla. Ahora era mi pequeño quién empezaba a seguirme allá donde fuera, y me dificultaba tener momentos de charla solitaria.
Cuando el peque contaba con dos años y medio... llegó mi pequeñina. Tan dependiente, tan necesitada de contacto físico conmigo, que lloraba y berreaba amargamente con sólo separarnos un instante. Le dediqué todo un año de mi vida, en casa, con ella. Y ahí fue cuando caí en un nuevo bucle: niño y niña - niña - niño y niña - pasar la noche en vela porque la peque no dormía.
Y empecé a añorar cada vez más la soledad. Encontrar mi propio espacio, con un bebé que me absorbía, un niño al que echaba de menos y trataba de seguir atendiendo, y un marido que se veía relegado a no sé que plano... empezaba a resultar de lo más complicado. Lo que me quedó claro era la posición que pasé a ocupar yo... esa que quedaba tras mi hija, detrás mi hijo, y oculta por mi marido... No había perdido mi soledad... durante un tiempo... llegué a perderme hasta yo!
Pero por fortuna, todo pasa, los peques crecen y los bucles cambian. Yo empecé a trabajar de nuevo, la peque ingresó extrañamente feliz en la guardería, y mi niño siguió en su colegio.
Yo regresé al viejo bucle: trabajo - niños - dormir.... Y descubrí un pequeño gran placer: los días festivos! Pero no... no los días festivos en general... ciertos días festivos. Los días que yo tengo fiesta (porque en la ciudad en que trabajo es festivo) y los peques tienen colegio (porque en nuestro pueblo no es fiesta).
Que gran placer!!! Los días... de absoluta soledad. Dejar a los niños en el cole... llegar a casa y disponer de un día entero para mí persona! No importa lo que haga! Si me tumbo a la bartola a leer, si aprovecho para ir a la pelu... o si me dedico a cosas más mundanas como fregar el piso y hacer limpieza general. Lo importante es que estoy sola, sabiendo que ninguna interrupción es posible.
No es la soledad de cuando te duchas... y sabes que tal vez en dos minutos tendrás a alguno de los dos torbellinos llorando tras la cortina de la bañera. No. Es una soledad real. Una soledad que me gusta y de la que disfruto hasta el último segundo.
Aunque parte del disfrute, es saber, que es una soledad planeada y temporal, que se acaba. Porque la soledad es curiosa, y al menos en mi caso, es más apreciada y valiosa si tiene caducidad. Si esa soledad fuera eterna, si se alargase de un modo indefinido... ya no me resultaría querida ni valorada.
Como se suele decir, lo bueno, si breve, dos veces bueno!
Cuando mis hijos eran mas peque y trabajaba también disfrutaba mucho de esos días, ahora llevo tiempo en paro y mis hijos son mayores y todo se ha vuelto monotono y rutinario.Ya la soledad no es lo mismo.saludos
ResponderEliminarClaro.... cuando es buscada es una cosa... pero cuando es impuesta o resulta excesiva... ahí ya agobia mucho.
EliminarPor eso es tan curiosa... querida o odiada a la vez.
Un abrazo
Cada día descubro más cosas en común!!
ResponderEliminarMe encanta estar sola, esa soledad de la que hablas,el estar sola, el poder dedicarme a mí, el no oir nada más que a mí. Un tiempo para hacer cosas o no hacer nada. Incluso salir a andar sola. Creo que por eso empecé a correr, necesitaba desfogar pero también estar sola.
Me encanta porque nosotros también esperamos con ansia los dos festivos de Madrid capital que no son festivos en nuestro pueblo. Ayer mismo, decidimos hacer maratón de DareDevil jajajajaja En mi caso no los disfruto sola porque mi partenaire también tiene fiesta pero es una manera de buscar un espacio común y disfrutarlo sin necesidad de buscar alguien que se quede con ellos.
Viva la soledad!!
Gracias por el post
Somos almas gemelas!
EliminarYo como cambio tanto de trabajo...y de municipio donde trabajo... canbio de festivos 😂 Y a veces los disfruto sola, y otras en pareja, que como bien dices no está nada mal. Porque con peques, espacios de vida en pareja... cuestan de encontrar.
Un abrazo
Yo siempre he disfrutado teniendo momentos de soledad y por eso es algo que hecho de menos desde que soy madre.
ResponderEliminarAhora con dos casi es misión imposible pero intento tener momentos a solas para poder mantener un poco de cordura.
Es que es fundamental encontrarse a solas con uno mismo para no perder el norte. Aunque con dos peques... no es nada fácil!
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