Contaba yo con 13 añicos, cuando estando de viaje de fin de curso descubrí que tenía algún tipo de alergia a los metales. Curiosa ironía del destino.... yo, precisamente, alérgica al metal.
Mi madre, se empeñó en que no me llevase los pendientes "buenos" (leáse de oro) de la comunión, y en su lugar me colocó unos de bisutería. Cuando llegué a la habitación del hotel en Mallorca me picaba la oreja a horrores, y cuando me quité el primer pendiente las gotas de sagre corrieron oreja a bajo por mi camiseta playera. Que inicio de viaje más triunfal!
No tuve bastante con esta curiosa experiencia y años después, ya en el instituto, me dio por comprarme pendientes de plata. Pendientes que hacían que notase las palpitaciones del corazón en las orejas y que quisiera arrancármelas de cuajo!
Concluí que debía ser alérgica a la plata, y comencé a esquivarla.
Ya en la universidad, la volví a liar. Me dió por comprarme un reloj cuya correa era una pulsera. Era de la marca Marea, una preciosidad.... A los pocos días de llevarlo mi muñeca se llenó de llagas que supuraban... me picaba a horrores y tuve que abandonar la idea de llevar mi preciada adquisición.
La sabiduría popular me recomendó que lo pintase con esmalte de uñas. Decidida compré esmalte transparente y gasté una tarde de estudio en tan delicada labor. La verdad, me encantaba ese reloj, y me había costado un pasta.... no quería dejarlo guardado en un cajón. El remedio dió resultado la primera semana....luego....picor....más pico.... y de nuevo llagas.
De algún lado saqué un nuevo remedio: forrar el interior del reloj con esparadrapo. Aquello no podía fallar! El metal no entraría en contacto con mi cuerpo! Fantástico.... pasé unos meses estupendos....luciendo reloj.... Luego....luego llegó el verano....sudé....el esparadrapo de mojó de sudor, y de algún modo mi piel absorbió las sustancias nocivas, pués me llagué de nuevo. De que metal está hecho el reloj? Ni idea. De plata no....pero me quedó claro que mi algergi no se limitaba a la bistuería barata y a la plata.
Por supuesto mi reloj Marea anda en un cajón en mi antigua mesita de noche, en casa de mis padres. A una distancia más que prudencial.
De aquella experiencia debí haber aprendido una lección..... pero decidí no hacerlo. Llegó el final de mi carrera, y unas vacaciones con los amigos por Italia. En aquella ocasión tuve una más que brillante idea. Me colgué la llave de la maleta del cuello con un cordel. Práctico.... muy práctico.... Pero de ahí a que fuera una buena idea.... Como imaginareis la llave no estaba hecha de plastilina.... no.... los jodíos fabricantes de llaves de candado las hacen de....metal. De que metal..... ni flowers.... pero de uno al que por lo visto también resulté ser alérgica. Mi cuello-escote empezó a picar.... y me llené de llagas. Otra vez....
De ahí pensé que por fin habría aprendido la lección para siempre. Jamás me acercaría a un metal fuese cual fuese, a excepción del oro blanco (ese lo resisto bien).
Pero nuevamente cometí un error. Esta vez fue algo totalmente inesperado. Me compré unos aparentemente inofensivos tejanos. Me los pusé un día, dos.... y al tercero, estando en el trabajo, me empezó a picar la tripa. Que raro? Me picaba, me rascaba, me picaba, me rascaba más.... al final me levanté de mi mesa y me fui al baño y tenía una redonda roja en la tripa! Y con que parte del tejano coincidía la redonda? Exacto! Con el botón de las narices....que obviamente es de metal!!!!
Cago en toooooooooo! Casí me arranco la tripa del picor....hasta llegar a casa. Decidida a poner remedio, coloqué un esparadrapo en la zona del botón. El remedio funcionó....hasta que llegó el verano.
Por el momento tengo guardados los tejanos en el armario. Y es que.... a quien le gusta llevar tejanos en verano??
Explicar tus "pequeños dramas" en un blog tiene sus ventajas. Una amiga me ha dado una solución para mi problema de alergia al botón de mis tejanos nuevos. Se trata de una solución sencilla y efectiva en la que yo sinceramente no había caído: cambiar el botón.
ResponderEliminarY es que a veces una tiene tal embotamiento mental, que ni las cosas más sencillas se le ocurren.